Capítulo 4

Rosie. Cabello rojo teñido, por supuesto, anchas caderas, senos voluptuosos, solía sacar provecho siempre a su cuerpo, luciendo la mínima ropa posible. Así podía definir a una perra como ella y no lo decía sólo por celos.

Bueno, quizás un poco, pero sí tenía razones.

No podía negar que algunas veces envidiaba su cuerpo. ¡Teníamos la misma edad! Sin embargo, Rosie ya parecía toda una mujer, mientras yo aún buscaba dónde habían ido a parar mis senos. No podía negar que tenía una buena parte trasera, pero no podían compararme con Rosie. Ella era todo lo que yo no.

Si su actitud conmigo no fuera del asco, podría incluso lanzarle algún piropo alguna vez. Siempre lo hacía con Carol, después de todo. Rosie me despreció desde el primer día y se encargó de hacérmelo saber.

—Rosie, que alegría verte —sonreí con falsedad. Al instante me respondió con una sonrisa igual de falsa.

—Hola, Eleanna. Hola, bebé —saludó a Nate, tomando su camisa entre sus asquerosas garras y estampando sus asquerosos labios contra él.

Ugh, realmente me caía tan mal. Sabía que lo hacía solo para provocarme.

Se me escapó un pequeño gruñido, pero no le di mayor importancia. Había cosas más importantes de las que preocuparse. ¿De verdad iba a dejarme aquí solo por ir a revolcarse con Rosie?

—Puedo llevarte —ofreció Nate, luego de una larga sesión de besuqueo.

—No creo que sea buena idea —negué.

—Los autobuses estarán pasando hasta entrada la noche —revisó en su teléfono Rosie, fingiendo amabilidad.

—Podemos llevarla y luego volver a la ciudad —escuché a Nate susurrarle en el oído a Rosie.

—No hace falta, Nate. No es la primera vez y tampoco será la última que me vaya en autobús. Solo asegurate de que alguien esté cerca de la carretera para que me guíe el resto del camino.

Seguía sin verse convencido, pero la realidad era que yo no quería ver a aquella pareja coquetear frente a mis narices. No estaba segura de poder controlar mis celos.

—Te veré luego —me despedí, sin obtener ninguna respuesta.

Caminé, sintiéndome enfadada hasta con el aire que pasaba a mi alrededor. No me agradaba cuando Nathan me dejaba varada, mucho menos cuando lo hacía por ir a una supuesta cita con mi archienemiga. Llegué a la parada de autobuses con la respiración acelerada, al menos no estaba tan lejos del instituto y con suerte, llegaría en unos 45 minutos a mi hogar. Esperaba tener suerte al menos una vez en la vida.

Y por supuesto que no la tuve.

Llevaba dos horas caminando bajo la lluvia. Y no una lluvia cualquiera, pareciera que el cielo estuviera por partirse en dos. Tiritaba a cada paso que daba, mis dientes castañeaban del frío.

¿Lo peor del caso? La lluvia no me permitía ver por donde caminaba, así que ni siquiera estaba segura de ir hacia el sitio correcto. En el bosque todo estaba oscuro, sin rastro de luz de luna para guiar mi camino. Tropecé nuevamente con una raíz del suelo, golpeándome en las rodillas al caer al lodoso suelo.

Me levanté, incluso cuando solo me provocaba quedarme ahí, rendirme y esperar a que, con suerte, los integrantes de la manada me buscaran por todo el bosque.

Estaba cansada, hambrienta y muerta del frío. No podía pensar con coherencia, sólo deseaba refugiarme en el calor de la manada.

Me atormentaba pensar que, mientras yo tenía el peor día de mi vida, Nathan estaba teniendo una cita, divirtiéndose, feliz.

Me desplomé, exhausta. No se veía ni la menor señal de estar cerca de la manada. Estaba perdida en el bosque, con el agua helada mojando hasta mi alma. Me quedé en el sueño, sin importarme el lodo a mi alrededor. Mis piernas ya no daban para más.

Solo me quedaba esperar...

No supe cuánto tiempo pasó hasta que sentí la presencia de algún tipo de depredador cercano. Mi cuerpo se puso alerta de inmediato, tomando una rama caída cercana para protegerme. Sentía que había algo o alguien acechándome. Mi ropa estaba empapada, llena de lodo. La lluvia seguía cayendo con furia a mi alrededor, pero eso no importaba. Había algo por allí y no iba a convertirme en la cena de nadie.

La solté apenas reconocí la apariencia de lobo de Nathan. Era negro como la noche, impresionante, cautivador. Sabía que cualquiera que lo viera se orinaría en los pantalones, pero yo me sentía tan contenta. Me había encontrado y venía a mi rescate. Por suerte para ambos, siempre traía una muda de su ropa en el bolso. Estaba acostumbrada a que tuviera que transformarse repentinamente.

Me di la vuelta mientras se transformaba, dándole tanta privacidad como era posible. Lo escuché, sintiendo un escalofrío. No sabía cuál era su estado de ánimo.

Quizás estaba enfadado por haber perdido el autobús y tener que salir a buscarme. Era una torpe, debí haberme quedado en la carretera, pero para ingresar a la manada necesitaba cruzar el bosque. Ahí me perdí.

Sus brazos me envolvieron por la espalda. Sentí su calidez, su fuerza, su agitación. Su respiración era rápida y descontrolada, parecía que había corrido durante horas, aterrado. Estaba enfadada con él, furiosa, sin embargo, el alivio fue tanto, que eliminó todo pensamiento de reproche de mi mente.

Me había tomado por sorpresa, pero le dejé sostenerse en mí, mientras la lluvia seguía cayendo a nuestro alrededor.

—Estaba tan preocupado —susurró—. Nadie sabía nada de ti, temí que te hubiera pasado algo. Lo lamento tanto, Elle.

—Está bien, Nate —intenté consolarlo, pero no me permitió moverme de donde estaba—. Estoy bien, ya me has encontrado.

Sentí mis lágrimas quemando en mis ojos, tenía tantas ganas de largarme a llorar y gritarle que había tenido tanto miedo. Toda mi infancia fue eso, correr a través de bosques y pueblos, huir de algo desconocido. Revivir aquellos días fue un golpe duro, pero su presencia significaba que estaba a salvo. Y apreciaba tanto el hecho de que me hubiera encontrado, que ignoré que fue, en parte, uno de los responsables de esta situación.

—¿Qué tan lejos estamos de la manada? —pregunté, sintiendo temor de la respuesta.

—A unos veinte minutos andando.

Gemí de pesar al escucharlo, había tenido la absurda esperanza de estar cerca. Estaba tan cansada, mis pies dolían y no podía caminar sin sentir un pinchazo en mi tobillo derecho.

—Sube —ordenó, señalando su espalda.

—¿Qué? ¡No voy a montarme sobre ti! —exclamé con vergüenza.

—Te duele, Elle. Puedo llevarte y llegaríamos en sólo diez minutos.

Sí, los hombres lobo eran muy rápidos y fuertes, pero eso no implicaba que me emocionara la idea de estar encima de él.

Mentiras, lo único que me impedía saltar sobre él, era la vergüenza que me daría.

—Está bien, puedo caminar, Nate —sabía que estaba siendo terca, sin embargo, no di mi brazo a torcer.

—Como quieras.

Di un par de pasos antes de sentir sus brazos levantándome, al estilo novia. Grité de la sorpresa, quedando muy cerca de su rostro.

Su cabello estaba enmarañado, sus ojos un poco rojos, como si estuviera conteniendo algunas lágrimas, sus labios se encontraban en una fina línea que yo deseaba borrar con mis besos. Dioses, este hombre iba a terminar acabando conmigo.

Me refugié en su hombro. Su calor lograba contrarrestar el frío en mis huesos, sentía los latidos de su corazón, erráticos.

—Gracias —murmuré contra su pecho.

—No tienes que agradecerme, no estarías en ese estado si yo no te hubiese dejado tirada. Jamás voy a perdonármelo —declaró apretando la barbilla.

Lo conocía lo suficiente para saber que estaba molesto consigo mismo. No necesitaba palabras para entenderlo.

Acaricié la línea de su mandíbula, consiguiendo que me mirara a los ojos. Intenté sonreírle y borrar aquella expresión torturada de su rostro.

—Tenías otras cosas más importantes que hacer, lo entiendo —me arrepentí al instante de lo que había dicho, había sonado a reclamo y a celos, lo que menos necesitábamos en ese momento.

—Nada es más importante que tú —declaró con tanta firmeza que no hubo lugar a dudas.

Siguió caminando, a pesar de mi insistencia en que podía caminar por mi cuenta. No me soltó ni se quejó. La lluvia estaba menguando, los árboles nos ayudaban un poco.

Cerré los ojos sólo un segundo, respirando su olor, deseando permanecer así eternamente.

Juntos. 

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