4° Yo te cuido.

Lia caminó seguida por el hombre el  arquitecto estaba tomando fotografías de las vigas humedecidas y los pisos cuarteados, así que solos subieron al ascensor y ya adentro Lia contuvo el aliento.

Oliver olía a fresco, a un perfume masculino y atrayente que le hizo cerrar los ojos, pero detrás había otro olor, otro que no reconoció pero que se le hacía familiar.

Cuando abrió los ojos los iris oscuros de Oliver estaban clavados en ella a través del espejo y Lia le apartó la mirada.

— Eres muy bonita — le dijo él y Lia sintió que las mejillas se le pusieron muy calientes, agradeció por su tono de piel trigueño que no le permitía ponerse roja, o estaría muy colorada.

— Gracias, es que levanto pesas — Oliver sonrió.

— También yo, deberíamos entrenar juntos un día, puede que me enseñes algo — Lia le miró el cuerpo por el espejo, los músculos marcados y las piernas torneadas.

— Creo que tú me enseñarás a mí — bromeó ella y se quedó con una sonrisa tonta en la cara, pero cuando las puertas del elevador se abrieron la sonrisa se le borró.

Solo estar en el piso ocho del hotel la ponía enferma, sentía presión y dolor en la cabeza no más salir del elevador y Oliver le apoyó de nuevo la mano en el hombro.

— Si quieres entro solo — le dijo, pero ella negó, tenía que enfrentarlo.

— Este piso no recibe huéspedes desde hace más de diez años, ni siquiera se le hace limpieza, nadie quiere entrar aquí, dicen que hay fantasmas — Oliver se rio.

— Los fantasmas no existen.

El suelo estaba lleno de polvo, las paredes de humedad y los techos llenos de telarañas, el tapiz de las paredes se desprendía por pedazos.

— Leí que este es el piso con más habitaciones, ¿Cuánta gente cabe? — le preguntó él.

— Cuarenta.

— Es mucho, necesitamos restaurarlo, podemos hacer algo realmente aterrador — Lía lo miró mientras caminaban por el pasillo.

— ¿De qué habla? — le inquirió ella y él se metió las manos en el bolsillo.

— No podemos quitar la fama del hotel, pero podemos aprovecharla, diremos que solo en este piso pasan cosas fantasmagóricas, hay miles de personas que aman este tipo de cosas, podemos buscar este nicho de aventureros y llenaremos este piso de personas interesadas en los paranormal, podemos hacer de la habitación del asesino un museo y rendir homenaje a las víctimas — chasqueó los dedos — podemos hacer algo para que se oigan ruidos y la gente se asuste, será una atracción — Lia admiró la manera en que el hombre podía convertir cualquier cosa en un negocio, pero ladeó la cabeza.

— No hay necesidad de eso, ya pasan cosas raras, las puertas se cierran solas y se escuchan ruidos — Oliver chasqueó la lengua.

— Los fantasmas no existen, las puertas se cierran solas por el aire o las bisagras mal acomodadas y los ruidos lo hacen las tuberías.

Lia no quiso discutir con él, tal vez le hiciera pasar una noche en el hotel para que se asustara de verdad, pero cuando llegaron a la habitación H-66 Lia pasó saliva.

— Es ahí — dijo. Oliver tomó la perilla de la puerta y ésta crujió con fuerza cuando él la empujó, luego entró y Lia lo siguió.

— miércoles — dijo el hombre.

La habitación estaba tal cual como el asesino la había dejado, la ropa tirada por el suelo, la cama bien hecha, con las cortinas de las ventanas cerradas y cuando él encendió la luz, un bombillo de luz amarilla le dio a todo un aspecto más aterrador.

En el espejo estaba escrito algo con una especie de tinta muy oscura.

— Ahora me reuniré con ellos — leyó Oliver y cuando estiró los dedos para tocar el espejo Lia lo detuvo.

— Está escrito con sangre — le dijo y él se guardó la mano en el bolsillo — el asesino saltó por la ventana y murió ese día, la policía investigó, pero mi abuelo les pidió que dejaran todo como estaba, es escalofriante, sobre todo por lo que hay ahí — le señaló algo sobre el escritorio.

Oliver levantó un trapo que lo cubría y lo dejó caer de la impresión, eran dedos humanos y dientes.

— A cada asesino le gusta coleccionar cosas de sus víctimas — dijo él. En la pared había decenas de fotografías de las víctimas — Si, Lia podemos convertir esto en un museo, a mucha gente le gustará — luego le señaló a la puerta — Lo que te decía — cuando lía se volvió vio como la puerta se cerraba lentamente y le entró un escalofrío — se cierran por las malas bisagras, no hay nada que temer.

Cuando lía miró hacia la ventana después de que la puerta se cerró y el viento sopló las cortinas vio una figura masculina en la silueta de la cortina y gritó aterrada.

— Mejor vámonos — dijo Oliver y Lia salió corriendo, agarró la perilla de la puerta y trató de abrirla, pero estaba cerrada.

Un ataque de pánico la invadió y Oliver llegó con ella, trató de abrir la puerta, pero no pudo así que tomó a Lia del hombro y la apartó. Ella observó la silueta del hombre y le temblaron las rodillas.

Oliver le dio una patada a la puerta que se rompió y le dio espacio a Lia para que saliera y la mujer corrió por el pasillo.

Oliver llegó con una carcajada hasta afuera y cuando vio el rostro pálido de Lía la tomó por los hombros.

— ¿Estás bien? — le preguntó borrando la sonrisa y ella negó, incapaz de hablar, así que Oliver la abrazó.

Lo primero que cruzó por la mente de Lia fue apartarlo, pero el cuerpo del hombre se sintió tan cálido junto al suyo que se quedó ahí un momento aferrada a su espalda.

— Todo está bien, tranquila — le dijo él y le acarició la espalda, y cuando Lia se sintió mejor se apartó avergonzada.

— Vámonos — pero él negó.

— No me iré sin saber qué era eso, ¿Vamos? — pero Lia lo miró como si estuviera loco — Ok, esperame en el ascensor — Lia se metió en el aparato y lo bloqueó. Desde que era niña ese tipo de cosas le ponían los pelos de punta, y desde que heredó el hotel solo había subido a ese piso una vez y los huesos de los dedos sobre el escritorio le causaron pesadillas.

Oliver se estaba tardando mucho, así que Lia se armó de valor para salir a buscarlo cuando algo comenzó a aparecer por el borde de la pared.

Ella se recostó lo más lejos que pudo con los ojos bien abiertos, y la cara que apareció le mostró una sonrisa de mejillas rojas.

— Señorita, ¿Desea comprarme una pizza? — dijo una voz de hombre infantilizada y Oliver asomó la cara, tenía un cartel de un hombre con una pizza en la mano y un letrero del nombre del establecimiento — Solo era un cartel — Lia soltó una carcajada, la broma del hombre casi le arranca por segunda vez el alma.

Oliver dejó el cartel en el pasillo y cerró la puerta del ascensor y le picó al número uno.

— Por eso tenía que volver, ¿ves que no existen los fantasmas? El cartel estaba tras la cortina — Lia se rio.

— Gracias — le dijo ella — si no hubieras vuelto hubiera tenido pesadillas esta noche — también quiso darle las gracias por abrazarla, pero le pareció incómodo.

— No hay de qué, cuando te encuentres con fantasmas, yo te protejo — Lia sonrió como una tonta — Ahora, iremos a ver las aguas termales que nos volverán millonarios, espero que tengas un bonito bikini. — Lia pasó saliva.   

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