110. Una petición
Leonardo
El silencio en el coche solo se rompía por el sonido de nuestras respiraciones. El espacio reducido parecía amplificar cada pequeño movimiento, cada emoción. Me incliné hacia Amber; mi corazón latía con fuerza contra el pecho, pero mantuve la expresión serena. Sus ojos verdes se clavaban en los míos, intensos, buscando respuestas que ya no estaba dispuesto a ocultar.
Cuando se mordió el labio inferior (ese gesto que parecía diseñado para desarmarme), no pude resistir. Mi pulgar rozó suavemente su boca, sintiendo la suavidad de su piel y absorbiendo la electricidad que fluía entre nosotros.
«Todavía no has contestado a mi pregunta», susurré; la cercanía hacía mis palabras casi íntimas. «¿Qué harás cuando los declaren míos?»
Amber suspiró; su voz tembló. «Yo… no lo sé». Sus palabras cargaban el peso de años de incertidumbre. «Rezo todas las noches para que la Amber del pasado haya sido lo bastante lista como para darles a sus hijos un padre decente. Porque solo Dios sabe cuánto