Adriano frunció el ceño, visiblemente molesto con todo lo que acababa de escuchar.
—Jamás hubiera imaginado que esa mujer podía ser tan envidiosa y venenosa. Pero no te preocupes, Gianina, sé que tú no eres lo que dices, sino todo lo contrario, y te ayudaré a manejarlo. Nos aseguraremos de que esas mentiras no se propaguen más. Como te dije, ya he hablado con unos cuantos contactos que están dispuestos a influenciar en los que se publique a partir de ahora. Además, deberías considerar tomar acciones legales.
—Con eso la amenacé —reconoció Gianina, con pesar—. Y creo que fue eso lo que la hizo tomar esta decisión de destruirme públicamente, y, en el proceso, también a ti.
—Tranquila, no te preocupes por mí. Haremos esto juntos y a Sarah no le quedará más remedio que tragarse su ponzoña —le aseguró.
Gianina asintió y sonrió, sintiendo un pequeño alivio en su pecho, al escuchar las palabras de Adriano y su apoyo incondicional, a pesar de todo.
—En serio, Adriano, gracias. Gracias por tod