Jamás imaginó que Alexander detendría la salida de un avión entero. Era como si todo estuviera bajo su control absoluto.
—Muy bien —dijo él.
Esas dos palabras hicieron temblar a Maya. Alexander la tomó por la muñeca y la atrajo hacia él.
—¡Duele! —se quejó Maya, luchando. La piel de su muñeca ardía bajo su agarre; sus huesos parecían a punto de romperse.
De pronto, Alexander abrió la puerta del sótano y la arrojó dentro.
—¡Argh!— Maya cayó de espaldas al suelo. Levantó la vista hacia él, aterrada.
La hostilidad que emanaba de Alexander llenaba todo el lugar. Maya apenas podía respirar.
Pensó que estaba a punto de sufrir otro ataque de asma.
—No… no hagas esto —murmuró, llevándose ambas manos al pecho—. No me siento bien…
Algo rodó hasta detenerse frente a ella.
Maya bajó la mirada.
Era un inhalador.
—¿Por qué Alexander… lo llevaba consigo? —pensó horrorizada.
—No te preocupes por el ataque de asma —dijo él con frialdad—. Tienes un inhalador.
Maya sintió un escalofrío.
Él había traído