El miedo le oprimió el pecho.
Las lágrimas brotaron sin que pudiera contenerlas.
¿Y si los habían secuestrado?
Corrió por el pasillo, desesperada, pero justo cuando llegó al área de los ascensores, se detuvo en seco.
Un hombre de la alta dirección salía del ascensor acompañado de tres pequeños que caminaban con pasos torpes y alegres.
Sus hijos.
—¡Ahí están! —susurró, sintiendo cómo el alma volvía a su cuerpo.
El alivio fue tan grande que casi se derrumba.
A toda prisa, los apartó a un rincón para que no los vieran.
—¿Qué hacen aquí? —murmuró con el corazón desbocado—. ¿Vinieron a verme? No… ellos no saben dónde trabajo. Y aunque lo supieran, ¡no podrían llegar hasta aquí solos!
Entonces notó algo.
Había un niño más con ellos.
Uno que no conocía.
Tenía porte elegante, cabello oscuro y unos ojos profundos e intensos.
Parecía… el hijo de alguien importante.
Maya lo observó con atención.
El pequeño tenía un aire serio y atractivo que la dejó helada.
Se parece a Alexander Brook…
Cuando lo