127. Manada de Sombra
Ahora mismo, el cielo estaba cubierto por nubes espesas cuando Dayleen y su grupo llegaron a los pies de las Montañas del Silencio, un territorio olvidado entre los mapas del mundo humano y del reino de Aryndell. No había caminos trazados, ni senderos. Solo paredes rocosas cubiertas por la niebla más densa que habían visto jamás.
—¿Estás segura que es aquí? —preguntó Cassian, mirando el paisaje hostil con el ceño fruncido.
Dayleen sostuvo el pequeño artefacto que le había dado el Alfa Thomas. Un hilo dorado emergía de él y se tensaba hacia el norte, como si un corazón invisible lo tirara con urgencia.
—Sí —dijo con voz segura—. El camino nos guía aquí.
Las gemelas, entusiasmadas por la idea de su primer viaje real fuera del palacio, se miraban entre sí con una mezcla de nerviosismo y emoción. Kenji se mantenía alerta, sus sentidos conectados con la presión de la atmósfera y los susurros de la tormenta que parecía contenerse más arriba, como si el cielo respirara.
El grupo comenzó