89. Alfa encarcelado
El eco de los pasos resonaba por los pasillos de piedra mientras Sebastián era escoltado por cuatro guardias reales. Las cadenas en sus muñecas tintineaban con cada movimiento, pero él no mostraba miedo. Solo furia contenida.
Sus ojos no se apartaban del suelo.
La mazmorra de Aryndell no era como las de otros reinos. Aquí no había ratas ni humedad. Las celdas eran limpias, pero frías, diseñadas no para castigar el cuerpo… sino para quebrar el alma.
Cuando lo empujaron dentro, Sebastián giró bruscamente con una mirada fría.
—No necesito una celda para enfrentar mis actos. Vengo a limpiar mi nombre.
—Eso lo decidirá el juicio —dijo el capitán sin emoción—. Aquí esperarás hasta que el Rey lo disponga.
Las puertas de hierro se cerraron con un estruendo seco. Bueno, nada había salido como quería. Él venía a pelear por su mate y resulta que acabaría encerrado en una prisión elegante por cosas que no podía recordar.
¿Podía ser posible que lo que le decían era cierto? Dudo un segundo. No podí