88. Ya no es mi mujer

Las puertas principales de Aryndell se abrieron como si el propio viento las empujara.

El Alfa del Fuego había llegado.

Montaba un caballo negro como el abismo, con armadura ligera y una capa carmesí ondeando tras él. Su presencia era un estandarte en sí misma: todos sabían quién era. Sebastián, el comandante del ejército imperial, el Alfa que había controlado guerras… y que ahora venía por su mujer.

Los guardias lo reconocieron al instante y se cuadraron con respeto.

—Alfa Sebastián —dijo el capitán—. El Rey ha sido informado. Puede ingresar.

Sebastián bajó del caballo sin apartar la vista del portón central.

No vino a pelear. Todavía.

Pero no venía en paz.

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La audiencia se celebró en el Salón del Consejo Alto, una cámara de mármol con columnas doradas y un trono elevado al centro. El Rey Alarik se encontraba allí, flanqueado por consejeros y altos oficiales.

Sebastián entró como una tormenta contenida.

—Majestad —saludó con una inclinación breve—. Gracias por
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