El rostro de Edur se alzó con la firmeza de quien ha decidido redirigir el cauce de su destino, sabía que no podía cambiar el ayer, pero tenía el anhelo ardiente de tejer un nuevo amanecer junto a Alana, con ese deseo latiendo en su pecho, sus manos se aferraron aún más a la cintura de su luna, acercándola suavemente, como si quisiera proteger la fragilidad de ese momento entre los pliegues del universo, la loba, lejos de resistirse, se entregó al susurro de su cercanía; era como si dos ríos finalmente confluyeran en un mismo cauce, dispuestos a recorrer juntos la travesía de la noche.
Sus labios se buscaron y se encontraron con la delicadeza de una caricia de seda, inaugurando un beso que fue promesa y bálsamo, una brisa cálida que desvanecía las sombras del pasado. No había prisa ni urgencia, solo un compás lento y profundo donde cada roce era un juramento silencioso de redención y ternura, para Edur, aquel beso era la puerta a una esperanza nueva; para Alana, era el parpadeo de una