Alana y Edur caminaron juntos por las bulliciosas calles de la ciudad, sus manos entrelazadas en un gesto que se sentía tanto natural como profundamente íntimo, el murmullo de la gente, el ruido de los autos y el aroma a pan recién horneado creaban un escenario urbano vibrante, pero para Edur, todo se desvanecía cada vez que miraba a Alana, observar su sonrisa ligera, su aparente comodidad con su cercanía, le llenaba de una calidez que nunca antes había conocido, más porque ella no se quejaba del beso robado, y eso lo alentó a ser aún más osado; su ronroneo bajo y casi instintivo surgió al notar que Alana no retiraba su mano, sino que incluso parecía disfrutar de su contacto.
— ¿Tienes hambre? — le preguntó de repente, con una mezcla de preocupación y cuidado en su voz. — Estás muy delgada, Alana. Deberías comer algo, casi no desayunaste.
Alana alzó la mirada, un poco sorprendida por la ternura en las palabras de Edur, era verdad que Edur nunca la molesto hasta esa fatídica noche, él