Nada es lo que parece.

Viendo que todavía era bastante temprano, Zoe decidió entrar a su casa sin crear ruido, pues cuando salió todos dormían y ahora que regresó supone que duermen igual. Aunque es adulta y no tiene que esconderse no quería dar explicaciones de donde estaba, pero menos de lo que había hecho. Caminaba con pasos lentos y muy silenciosos, pero cuando iba llegando a su habitación escuchó un silbido suave, como en forma de un soplido. Giró implorando internamente que no sea el estricto de su padre, y se sonrió con alivio cuando vio a Zulema.

—¡¿Eres tu mamá?! — murmuró y más que una pregunta fue una afirmación. Respiró profundo y su rostro volvió a su color habitual.

—Estuvo buena la fiesta— bromeó Zulema meneando las cejas de arriba abajo, y al acercarse a ella le agarró el antebrazo, entrando ambas al dormitorio.

—¿Fue con Harold o con el jefe de tu padre?

La sangre a Zoe se le escurrió no del rostro, sino de todo el cuerpo.

—¿Pero cómo…?— musitó aturdida, sin entender cómo su madre se había
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