Elizabeth se colocó el antifaz; a pesar de cubrirse la mitad del rostro, era imposible ocultar su belleza. Antes de bajar, recordó con nostalgia el hermoso día que había compartido con su esposo. Sin embargo, una sensación de vacío le invadía: quizá añoraba aquellos años en los que lo celebraba junto a un reducido grupo—su familia, Lucía y Pablo, de quien, a pesar de haberse distanciado por respeto a Federico, aún ocupaba un lugar especial en su corazón y lo extrañaba inmensamente.
Cada año, el ritual era inalterable: Pablo era el primero en saludarla después de la medianoche, y al amanecer llegaba con un ramo de girasoles, sus flores favoritas, para desayunar junto a Lucía en algún rincón pintoresco, ya fuera un local abierto o un espacio verde que ofreciera intimidad. Hoy, esa nostalgia se hacía más presente mientras movía levemente la cabeza en negación antes de bajar.
Al aparecer en la escalera, los presentes la miraron con admiración y aclamaron su llegada. Federico sintió que su