Pasaron los días con una calma relativa, el joven matrimonio siempre oscilaba entre los conflictos inevitables por la falta de entendimiento mutuo y las fogosas reconciliaciones que los mantenían unidos.
Finalmente llegó el día del cumpleaños número 20 de Elizabeth. La joven despertó estirándose en la cama con una sonrisa, recordando que la noche anterior, Federico había sido especialmente dulce con ella: cenaron juntos, vieron una película y, por supuesto, hicieron el amor. No había día en que no lo hicieran; la conexión física que compartían era innegable.
Se incorporó y, al notar que él no estaba, escuchó la puerta abrirse. Era él, trayendo el desayuno a la cama.
—Feliz cumpleaños, señora Alvear… —dijo con una sonrisa que derretía el corazón de la agasajada.
Ella se levantó de un salto, abrazándolo tan pronto como colocó la bandeja en la mesita del balcón.
—Pensé que te gustaría desayunar aquí, sé cuánto te gusta este lugar —dijo mientras acariciaba su pelo y tomaba su barbilla—. Te