Federico regresó a la mansión, la furia que lo había consumido durante el día se había transformado en una amarga frustración. ¿Dónde podría estar? Si no se había ido con Pablo, ¿qué otras opciones quedaban?
Víctor le había informado que se estaba vigilando la casa de los Mendoza y la de los Valverde. La precaución se había tomado desde el momento en que se descubrió que Elizabeth había desaparecido.
Sin embargo, todo le parecía insuficiente. Se dirigió a su habitación y se desplomó sobre la cama, agotado. No sólo estaba cansado, amargado, furioso y frustrado.
—Si se fue… lo hizo con la complicidad de su familia. —murmuró, con voz grave como si él mismo estuviera tratando de convencerse de algo—. Si no son los Mendoza, ¿quién podría haberla ayudado? ¿Quién más?
Elizabeth siempre había sido cautelosa, con un instinto protector que no dejaba espacio para errores. Sabía que haría todo lo posible por proteger a Lucía y Pablo de cualquier represalia que él pudiera tener contra ellos.
—Me cr