Federico se sentía inquieto y tenso. Necesitaba mantener la sangre fría para llevar a cabo el plan que el detective había ideado.
—La policía ya está alertada —le dijo el agente, mientras los técnicos le colocaban el micrófono—. Necesitamos que, de alguna manera, ella confiese la verdad. Después, nosotros nos encargaremos del resto.
—Está bien, no se preocupe. Haré todo lo que esté a mi alcance para que esa mujer pague por lo que hizo —respondió Federico con el odio marcado en la voz—. La mataría, pero no pienso ensuciarme las manos con esa basura.
—No nos queda otra opción más que confiar en usted y en su experiencia —le dijo el detective con una sonrisa—. No llegó a donde está siendo un sentimental, ¿verdad? Bueno, esto es lo mismo. Úselo a su favor.
Una vez que los técnicos comprobaron que todo funcionaba correctamente, Federico se miró al espejo para arreglarse la ropa. Vestía un impecable traje azul marino y una corbata a juego. Estaba visiblemente apuesto, pero en sus ojos azules