Federico ya había trazado un plan, y con la determinación que lo caracterizaba, sentía que el cielo era su único límite.
Su esposa estaba viva, y esa sola certeza le daba esperanza para cumplir su propósito: volver a enamorarla y traerla de regreso a su hogar.
Esa mañana, bien temprano, se comunicó con Víctor.
—Quiero saber cómo va la obra que encargué al arquitecto. Necesito un informe detallado sobre los avances —dijo con un tono firme y autoritario.
Víctor tragó saliva. La sola presencia de la señora Elizabeth parecía devolverle la vida a su jefe.
—Hasta donde sé, va bastante avanzada. Aún falta, claro. Si usted lo desea, podríamos contratar más personal para acelerar el trabajo —sugirió su asistente.
—Hazlo. Llama al ingeniero a cargo y al arquitecto. Que incorporen a más gente. Y quiero que contactes al mejor decorador que puedas encontrar, no importa si es extranjero. Necesito que esa casa quede exactamente como la pedí —ordenó Federico.
—Sí, señor. Así se hará —respondió Víctor