Luego de varios días intentando que Elizabeth recordara algo sobre ellos, Federico tuvo que aceptar que estaba siendo más difícil de lo que imaginaba.
Le quedaba sólo un recurso más: llevarla a conocer a Lucas y ver qué sucedía.
Mientras tanto, y a pesar de las advertencias de Federico y los regaños de Lucía, Pablo seguía insistiendo en conquistar a Elizabeth. Pero ella, en su interior, sabía que nunca podría amarlo, al menos no como él esperaba.
En cambio, el misterioso hombre que iba todos los días a visitarla había despertado en ella un interés inesperado. Lo que más la desanimaba era que siempre hablaba de la esposa que había perdido, y lo hacía con un amor evidente.
“Es obvio que aún la ama”, pensaba, decepcionada y triste.
Aun así, no podía dejar de pensar en él, en sus ojos azules hipnotizantes, en su voz, y en esa boca que, aunque no quería admitirlo, deseaba besar. Todo en él le atraía de manera poderosa.
Cada vez que él se iba, Elizabeth sentía una gran tristeza y un vacío di