Los dos días en los que se suponía Pablo estaría con ella, se transformaron en varios más.
Las incesantes lluvias hacían casi imposible salir del lugar. El puente seguía anegado y el río, embravecido, parecía negarse a ceder.
Pablo no podía creer lo que le estaba sucediendo.
Elizabeth lo recordaba… y su relación había vuelto a ser como antes.
Pasaban horas conversando, riendo, bromeando.
¡Eran tan similares!
Pero esa cercanía que tanta satisfacción le estaba dando a la vez, lo estaba volviendo loco.
Moría por besarla.
Cada abrazo, cada roce o caricia, avivaba el deseo. Tenerla tan cerca y no poder entregarse a lo que sentía se estaba volviendo una tortura.
A pesar de su cercanía con Pablo, Elizabeth comenzó a sentirse ansiosa. Una inquietud creciente la habitaba, sin entender por qué.
Pablo también estaba intranquilo. Sabía que debía contarle la verdad, pero no encontraba cómo.
Miguel, siendo médico y entendiendo un poco más sobre esa patología, le había aconsejado darle tiempo.