Había llegado el día en que Pablo debía regresar con Lizzy a la ciudad. Miguel los acompañaría, ya que debían presentarse ante la policía. Él también debía testificar cómo habían encontrado a la joven y, además, quería asegurarse de que su amigo no cometiera ninguna imprudencia.

—¿Por qué tenemos que ir a la policía? Estoy bien, solo un poco golpeada… Quiero ir a casa, ver a mi tío —insistía Elizabeth con ansiedad.

A Pablo se le rompía el corazón al escucharla. No sabía cómo decirle la verdad sin hacerle daño.

—Liz, es necesario. La policía debe investigar cómo llegaste hasta la aldea, y además se ha hecho una denuncia por tu desaparición —explicó Miguel con paciencia—. No tengas miedo, todo va a salir bien.

Cuando llegaron, Pablo tuvo que hacer lo que más había evitado: llamar a Federico.

No tenía alternativa. Si la policía lo contactaba primero, Federico acudiría sin pensarlo, impulsado por la emoción, y podría provocar una crisis en Elizabeth al encontrarse con alguien a quien no r