Federico abrió los ojos y lo primero que hizo fue buscar a Lizzy. Ella ya no estaba en la cama.
Miró la hora: eran las 10 a.m.
¿Cómo era posible que no hubiese escuchado la alarma? Aunque estaba en Charleston, solía levantarse temprano y trabajar desde su despacho durante casi todo el día.
Se incorporó, se vistió rápidamente y comenzó a buscarla por la casa. Todo estaba en silencio.
—¿Elizabeth? ¿Dónde estás? —la llamó, recorriendo cada rincón—. ¿Héctor? ¿Dónde están todos?
Frunció el ceño. ¿Se habían ido todos sin decirle nada?
De repente, escuchó la voz de su esposa llamándolo desde el jardín.
—¡Fede! ¡Fede! ¡Ven aquí, por favor!
El tono desesperado lo alertó. Su corazón comenzó a latir con fuerza mientras salía corriendo hacia el origen de la voz.
—¡Elizabeth! —exclamó, abriendo con fuerza el ventanal que daba al jardín.
Se quedó inmóvil. Lo que encontró lo dejó sin palabras.
Allí estaban Elizabeth, Adrián, Santiago, Germaine, Lucía, Victoria, Esteban y Laura.
—¡Feliz cumpleaños! —g