Desde el día en que Eloísa besó a Lucas, el romance siguió adelante. Se veían a escondidas: a veces se encontraban en alguna cafetería a la salida de sus respectivos colegios, otras en la biblioteca, donde compartían tardes de lectura.
Era la única forma de vivir su amor sin ser descubiertos.
El único que lo supo —y mucho tiempo después— fue Alfonso. Él guardaba todos los secretos de su hermana. Por fortuna, pensaba igual que ella respecto a las clases sociales: le parecían retraídas, sin fundamento alguno.
—¡Solo asegúrense de que nuestros padres no lo sepan! —les decía en tono cómplice—. ¡Los ayudaré cuanto pueda!
Sólo quería verla feliz a Eloísa. Lo demás no le importaba.
Así fue como la pareja siguió fortaleciéndose, planeando un futuro juntos. Ambos soñaban con enseñar literatura, vivir en un lugar tranquilo y criar a sus hijos allí.
Un día se pusieron a hablar de cómo los llamarían; querían tener dos o tres.
—Si tuviéramos una hija, podríamos llamarla Elizabeth... ya sabes, por