Federico la abrazó con fuerza, como queriendo sostener el frágil cuerpo de su esposa. Respiró hondo antes de hablar.
— Pequeña… Alfonso está muy enfermo. Los médicos hicieron todo lo posible, pero… ya es demasiado tarde —la voz se le quebró; una angustia profunda se había instalado en su pecho.
Elizabeth rompió en llanto, un llanto crudo, incontenible.
—¿Estás diciendo que va a morir?
Federico asintió con lágrimas en los ojos. Había aprendido a querer a Alfonso. En sus charlas a solas, el hombre lo había aconsejado como un padre, y eso… lo había marcado.
— Él nos pidió que no te lo dijéramos… pero ya no puedo seguir ocultándotelo. —La miró, consternado—. Por eso no puse objeciones cuando quisiste quedarte. No sabía cómo decírtelo. Perdóname, pequeña… perdóname.
Ella soltó el llanto con fuerza, mientras él la rodeaba con sus brazos, intentando contener su dolor, besando su cabeza como si así pudiera aliviar algo.
— Por favor, Lizzy… piensa en Lucas. Tranquilizate…
—¡No puedo! ¿Por qué m