Después de ese día, la pareja trató de recomponer la relación. Como Federico le había dicho, él trabajaba y luego iba a verla. Salían a cenar, a dar paseos o simplemente compartían momentos en casa de Alfonso. Estaban casados, pero llevaban una vida como si fuesen novios.
Si bien Elizabeth lo había perdonado, la espina de los celos ya se había clavado, y para ella no era lo mismo que antes. Federico había adquirido el hábito de la paciencia, aunque sólo con ella: con los demás seguía siendo el mismo demonio de siempre.
Mientras él estaba ausente, Lizzy recibía la visita de sus amigas: Lucía, Claire y Laura. Esteban, muy ocupado, era el que menos se hacía presente, por lo que Laura tomaba un rol más activo, supervisando no sólo a Alfonso y Victoria, sino también a Federico, quien, para su sorpresa, desde aquel día fatal jamás volvió a comportarse mal con ellos. Al contrario, se mostraba amable y tranquilo. Tal vez era una estrategia, pero funcionaba, y ayudaba a sostener la paz familiar