A la mañana siguiente, Martín entró en la habitación con un semblante satisfecho.
— Buenos días, Elizabeth —saludó con una sonrisa—. Si todo sigue como hasta ahora, en dos días podrás volver a casa.
Apenas si dirigió una mirada a Federico.
— Espero que no les moleste, pero traje a otra persona autorizada.
Detrás de él apareció Germaine, llevando un enorme oso de peluche.
—¡Mis chicos! Este es mi regalo para el bebé. ¡Espero ser la primera! —exclamó con alegría.
Abrazó a Elizabeth con afecto y luego a Federico.
— Estoy muy orgullosa de ti —le dijo a él con ternura—. Espero que sigas cuidándolos como hasta ahora… y dejes de hacer tonterías.
Martín observaba la escena sin opinar. Aunque detestaba a Federico, le tenía un gran aprecio a Elizabeth, y sólo por ella se aguantaba tenerlo cerca.
—¿Madre, quieres ver los informes, así el señor Alvear se queda tranquilo? No parece confiar en mi palabra ni en mi pericia médica —dijo con tono irónico.
Federico entrecerró los ojos. Sabía que jamás se