Mundo ficciónIniciar sesiónCapítulo 5: Lo que no se dice también pesa
El sol se colaba tímido por las rendijas de la persiana, proyectando líneas de luz sobre el suelo de madera. Alejandra parpadeó con lentitud, como si su cuerpo no quisiera despertarse del todo. Durante unos segundos, no supo dónde estaba. Todo parecía demasiado silencioso, demasiado tibio, demasiado… ajeno. Hasta que sintió el calor de otro cuerpo junto al suyo. Se giró ligeramente, y ahí estaba Matías, dormido boca abajo, con una mano extendida sobre el respaldo del sofá y el rostro parcialmente cubierto por su cabello despeinado.
Entonces, la realidad cayó sobre ella como una manta húmeda.
La noche.
El deseo.
Los besos desesperados, los gemidos ahogados, los cuerpos enredados en esa mezcla de necesidad y amor retenido por años.
Y la culpa, latente como una sombra al amanecer.
Alejandra contuvo la respiración. Con movimientos suaves, casi ensayados, recogió su ropa esparcida por el suelo y se vistió en silencio, evitando hacer cualquier ruido que pudiera despertarlo. Cada prenda que volvía a cubrir su cuerpo parecía devolverle un poco del peso que había olvidado durante la noche.
No se atrevió a mirarse en el espejo.
Descendió las escaleras descalza, con el corazón latiéndole en la garganta, como si algo invisible la persiguiera. La casa estaba demasiado tranquila, demasiado perfecta, como si no hubiera sido escenario de una de las noches más intensas y sinceras de su vida.
Encendió la cafetera y apoyó ambas manos en la encimera, con los ojos clavados en la nada. El aroma del café recién hecho llenó la cocina, pero a ella le resultó ajeno. Quería pensar. Ordenarse. Entender lo que acababa de ocurrir… pero su mente era un torbellino.
POV Alejandra
No me arrepiento. No puedo. Cada caricia, cada beso, cada palabra fue real. Fue necesario. Fue inevitable. Pero eso no significa que no duela. Porque ahora sé lo que quiero… y no es con quien comparto mi vida.
Unos pasos suaves la hicieron girar. Matías bajó en silencio, con el cabello revuelto, la piel aún marcada por la noche y los ojos somnolientos. Su sola presencia hizo que el aire se volviera más denso.
—No quería despertarte —dijo ella, con la taza en la mano.
Matías se acercó y le acarició el rostro, como si necesitara tocarla para confirmar que aún estaba ahí.
—¿Estás bien?
Alejandra dudó. Luego asintió, pero la mentira flotó en el aire como una mancha invisible.
—No fue un error —murmuró él, casi como una súplica.
Ella desvió la mirada.
—Lo sé… Pero tampoco fue simple.
Se quedaron en silencio, compartiendo el café como una pareja que lleva años juntos. Pero no lo eran. Lo sabían. Por eso, ese silencio pesaba más que cualquier palabra.
Pasaron los días como una neblina espesa. Alejandra intentaba retomar su rutina, pero todo se sentía fuera de lugar. La casa, los paisajes, incluso el aire que respiraba parecía tener otro peso desde aquella noche con Matías.
Se duchó durante largos minutos, dejando que el agua resbalara por su piel como si pudiera limpiar la maraña de emociones que la ahogaban. Cerró los ojos bajo el chorro caliente y volvió a revivir cada detalle: sus caricias, su voz, su cuerpo sobre el suyo, dentro de ella.
Y luego… la culpa.
Al salir de la ducha, notó varias llamadas perdidas de Rodrigo y un mensaje de voz sin abrir. Dudó unos segundos antes de reproducirlo.
—Alejandra, tenemos que hablar. Sé que estás en España. Y sé cosas… por favor, no hagas nada de lo que puedas arrepentirte.
La voz de Rodrigo sonaba tensa, contenida, como un volcán a punto de estallar. Alejandra sintió cómo el estómago se le encogía. ¿Qué cosas sabía? ¿La estaba espiando?
Sin pensarlo demasiado, tomó el teléfono y lo bloqueó.
Esa noche el sueño no llegaba. Dio vueltas en la cama, cambiando de postura, cerrando los ojos con fuerza, intentando vaciar su mente. Pero los pensamientos la devoraban. Al final, el cansancio la venció y cayó en un sueño inquieto, lleno de imágenes confusas. Rodrigo gritándole, Matías besándola en una playa desierta, y luego… una niña pequeña con rizos oscuros y una sonrisa idéntica a la suya llamándola “mamá”.
Se despertó de golpe, con el cuerpo sudoroso y el corazón latiendo desbocado.
Y entonces lo recordó.
Llevaba casi dos semanas de retraso.
La posibilidad le cayó encima como un rayo.
¿Y si…?
Al amanecer, fue a la farmacia. Caminó con paso decidido, aunque por dentro todo era un caos. Compró la prueba sin mirar a la cajera, con el rostro frío y el pecho ardiendo. Al llegar a casa, dejó el paquete sobre la encimera del baño y lo miró durante varios minutos, incapaz de moverse.
No puede ser. Fue solo una noche…
Pero el miedo ya se había instalado dentro de ella, creciendo como una raíz silenciosa.
Decidió dejarlo para la mañana siguiente. Quería tiempo para pensar. Para respirar.
Esa noche, Matías la llamó.
—¿Podemos vernos mañana?
Alejandra se llevó el teléfono al oído, pero su voz temblaba.
—No lo sé, Matías… necesito espacio. Todo esto… me supera.
Hubo un silencio largo al otro lado.
—Está bien —respondió él con ternura—. Solo quería saber si estás bien.
—Estoy… tratando.
—Te quiero, Alejandra.
Ella cerró los ojos, tragando saliva con dificultad.
—Yo también.
POV Matías
No sé qué fue más fuerte: el placer de tenerla entre mis brazos o el miedo de perderla otra vez. Pero esta vez no pienso quedarme de brazos cruzados. No puedo. No ahora que la he vuelto a sentir mía.
Esa noche, Alejandra se acostó sola, abrazando una almohada con fuerza.
Todo le daba vueltas en la cabeza.
Pero, en el fondo, bajo la confusión, bajo el miedo y la culpa, algo empezaba a nacer dentro de ella.
No sabía si era una idea.
Pero sí sabía algo:
El pasado ya no le bastaba. Y el futuro, de pronto, tenía el rostro de Matías.







