Capítulo 26: El lobo con piel de cordero
Rodrigo apareció justo al mediodía.
 Las flores eran blancas. Elegantes. Discretas.
 Nada demasiado romántico. Nada que pudiera parecer una provocación.
 Solo el gesto perfecto. Medido. Cálido.
 Como él sabía que debía hacerlo.
Alejandra abrió la puerta con la expresión que ya esperaba: cautela, desconfianza, la mandíbula tensa, los ojos velados por una mezcla de agotamiento y alerta.
—No deberías estar acá —dijo sin siquiera mirarlo a los ojos.
Rodrigo le sonrió con esa sonrisa de medio lado que siempre usaba cuando no quería generar alarma.
—No vengo a discutir —respondió en un tono sereno, casi dulce—. Solo quería asegurarme de que estés bien. Y que el bebé esté bien.
Ella dudó. Bastó un segundo. El titubeo que él esperaba.
 Y entonces la puerta se abrió un poco más.
 Un espacio suficiente para que él entrara.
 Un error diminuto.
 Uno que cambiaría el curso de todo.
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Durante esa semana, Rodrigo no volvió a tocar el timbre.
 Simplemente… apa