Capítulo 27: Las grietas en la calma
Al principio, todo parecía inofensivo.
 Pequeños gestos.
 Casi imperceptibles.
 Como un murmullo al que uno se acostumbra hasta que se convierte en ruido ensordecedor.
Rodrigo revisaba el celular en la cocina mientras preparaba el desayuno.
 No pedía permiso.
 Ni preguntaba de quién eran los mensajes.
 Solo lo hacía.
 Como si tuviera derecho.
 Como si su presencia implicara propiedad.
—Solo quiero ayudarte, Ale. No quiero que te pase nada —decía cuando ella le marcaba límites.
 Sonreía.
 Pero esa sonrisa ya no se sentía cálida.
 No como antes.
 Ahora era una máscara.
 Una fachada que cubría algo que ella no alcanzaba a nombrar, pero que sentía.
 En la piel.
 En el estómago.
 En la espalda cada vez que lo sentía demasiado cerca.
•
Él empezó a interesarse demasiado por su rutina.
 Preguntaba a qué hora se levantaba, con quién hablaba, a dónde iba.
 Se ofrecía a acompañarla a todas partes.
 Incluso al mercado, incluso a sus controles médicos.
 Incluso