La áspera caricia de su lengua volvió acariciar mi mejilla dejó una sensación de calor y una posesividad que no pudo ignorar. Mientras la magnificencia de su tigresa blanca lo miraba con esos ojos llenos de picardía, una parte de él, la parte del Beta consciente de las implicaciones, sintió la necesidad de advertirla. Su voz sonó ronca, mezclando asombro con un dejo de seriedad.
—Gatita... —dijo, manteniendo la mirada en sus ojos felinos— Lo que estás haciendo... me estás marcando. Con tu olor. Es... un reclamo. ¿Entiendes?
La reacción fue instantánea. Los ojos de la tigresa se abrieron ligeramente, la chispa juguetona se atenuó por un segundo de pura sorpresa. Miriam, dentro de esa forma, se quedó impactada.
— ¿Marcarlo? ¿Reclamarlo? — pensó, dirigiendo su confusión hacia Anya. —¡No puedes hacer eso! ¡Le dije que no estaba lista!
Anya, lejos de sentirse reprochada, emitió un ronroneo de pura satisfacción.
—¿Por qué no? Él es nuestro. Si quieres, márcalo. Reclámalo. Que todos sepan