El aire fresco de la mañana limpiaba sus pulmones, y el ritmo constante de sus pasos sobre la tierra húmeda del sendero comenzó a crear una cadencia hipnótica. Axel y Miriam llevaban un buen rato corriendo, el bosque comenzaba a despertar los sonidos de las aves y de los pequeños animales hacían que el bosque cobrará vida. Las protestas iniciales de Miriam se fueron disipando, reemplazadas por una sensación de vitalidad que no sentía desde... bueno, desde siempre.
Axel corría a su lado, ajustando su zancada larga y poderosa para mantener su ritmo. No parecía ni siquiera respirar con esfuerzo.
—¿Ves? No era para tanto —dijo, lanzándole una mirada de reojo—. Aunque tu cara parece un tomate a punto de explotar.
—Cállate —jadeó ella, pero sin verdadera hostilidad. Un jadeo que sonó casi a risa— No todos somos máquinas de musculitos como tú.
—Musculitos, ¿eh? —repitió él, alzando una ceña con picardía— Así que sí me has estado mirando. Tomando nota de los... detalles, mira que son unos cu