El sol de Milán se filtraba tímidamente entre las persianas de la mansión Vescari, iluminando los salones con una luz cálida que no lograba disipar la tensión que colgaba en el aire. Alessandro entró en el gran salón donde se realizaría la prueba de la comida gourmet para su boda. Aquel salón, adornado con cortinas de terciopelo azul profundo y candelabros de cristal que lanzaban destellos por todas partes, estaba dispuesto con mesas de mármol que sostenían pequeñas obras de arte culinarias: aperitivos delicados, mini soufflés, tartas de frutas exóticas y salsas que parecían líquidas joyas.
Alessandro respiró hondo, fingiendo calma. Sus pasos resonaron sobre el suelo de mármol mientras se acercaba a la mesa principal, donde lo esperaban Leticia, Estela, Giancarlo y Chiara. La atmósfera era elegante, pero cargada de expectativas; cada gesto estaba medido, cada mirada estudiada. Chiara, por su parte, no podía ocultar su emoción: se lanzaba sobre los dulces, probando y saboreando con una