El aire de primavera traía el aroma de los viñedos recién podados. Rose estaba inclinada sobre los planos extendidos en la mesa de trabajo, repasando los últimos detalles del proyecto. Lorenzo, sentado frente a ella, la observaba con atención.

—Tienes talento para esto —dijo con una sonrisa leve—. La nueva línea de barricas será un éxito.

Rose levantó la mirada, agradecida.

—Gracias. Solo trato de hacer las cosas bien.

Lorenzo dejó el lápiz y la miró con cierta ternura.

—No has hablado con él, ¿verdad?

Ella bajó los ojos.

—No desde la última vez. Supongo que… ambos necesitábamos espacio.

Él asintió despacio, aunque en su interior sabía que el silencio dolía más que cualquier palabra.

—A veces el espacio no cura —murmuró—. Solo distancia los corazones.

Rose no respondió. Siguió dibujando, pero su mente estaba lejos, en la mansión de los Vescari, donde todo había comenzado y terminado al mismo tiempo.

Dos días después, Chiara apareció en el viñedo con una sonrisa radiante y