Eiden la miró incrédulo, abrió y cerró los labios para decir algo, pero el policía no le dio la oportunidad.
Cristina permaneció impasible hasta que estuvo segura de que el policía se había llevado a Eiden para interrogarlo y este no podía molestarla más. Entonces llamó a Henry: —¿Puedes venir a buscarme ahora?
—¿Dónde estás? Voy para allá. —Henry no preguntó por qué, solo la buscó lo más rápido que pudo.
Cristina estaba sola por la acera de una calle, parecía delgada y frágil, como si una ráfaga de viento pudiera llevársela por delante.
Le vio llegar y le preguntó en voz baja: —¿Cómo está el profesor Bernal?
—Está bien, solo un poco confuso. —Henry la tranquilizó: —No te preocupes, ya se lo he explicado.
Cristina asintió: —Bien.
Henry quiso decir algo, pero no preguntó por qué estaba más triste por ahora. La acompañó de vuelta a casa, le sirvió una taza de té caliente y la sostuvo entre sus manos antes de decir con preocupación: —Tu hermano, él... ¿se está arrepintiendo?
Era buena per