El tiempo era la mejor medicina.
Un año después, en Navidad, Eiden, que llevaba mucho tiempo de vuelta en Palainy, pisaba por primera vez la habitación donde vivía Cristina.
Gracias a sus órdenes, el interior siempre estaba limpio y cuidado.
Ni siquiera se permitía que un pequeño adorno se descolocara de su posición original, y cada rincón de la habitación conservaba como antes, como si Cristina acabara de marcharse hace unos minutos.
Eiden dio unas vacaciones anticipadas a la criada y él mismo tomó los utensilios de limpieza, con la intención de limpiar su habitación por ella.
En ese momento llegó la carta; el mensajero que la entregó ya se había marchado, y solo se reconocía la procedencia por las letras del sobre.
Eiden dio unos pasos hacia el exterior para intentar encontrar al mensajero y confirmar los datos de contacto del remitente, pero tropezó y solo pudo volver a dentro en vano para leer su contenido.
La carta era sencilla, una postal con el texto Feliz Navidad.
Eiden recorda