Una gran carcajada salió de mis labios antes de poder detenerla. No fue una risa de diversión, ni fue una risa de burla.
Fue una risa hueca, amarga, como la única respuesta que podía dar ante lo absurdo de la situación. Porque, después de todo, ¿qué más podía hacer? Había pasado demasiado tiempo tratando de comprender a Rune, intentando descifrar qué parte de él era real y qué parte era una ilusión creada por su propia conveniencia.
Y ahora, aquí estábamos, en el punto final del tablero.
Ese idiota frunció el ceño al escuchar mi risa, su expresión se endureció con una mezcla de confusión y fastidio. No era la reacción que esperaba de mí. No era el temor, la súplica o el dolor que seguramente deseaba ver en mi rostro.
—¿De qué te ríes? —preguntó con impaciencia. Sus ojos oscuros analizaban cada uno de mis gestos, buscando una explicación.
Le sostuve la mirada, y tras unos segundos, negué lentamente con la cabeza, como si realmente no pudiera creer lo que estaba viendo, como si toda est