Creyó haber encontrado al amor de su vida; sin embargo, una semana después de su boda, despertó en una cabaña, atada a una silla, enfrentando la traición más brutal que jamás imaginó. Descubrió que su esposo y su hermanastra habían conspirado, no solo para arrebatarle su herencia, sino también su vida. El fuego la rodeó mientras ellos celebraban su amor, pero Aideen desafió su destino. Lo que no sabían era que Kenna renacería de entre las llamas, dispuesta a devolverles el dolor multiplicado por diez. Aideen había muerto, pero Kenna, ella los haría arder.
Leer másAideen abrió los ojos, siendo enceguecida por la luz. Estaba atada en una silla, completamente inmóvil. Su corazón latía con fuerza sin conocer cuál sería su futuro en los siguientes segundos.
Rune, el hombre con el que contrajo matrimonio una semana atrás, el cual le juró el mundo entero, cruzaba por el umbral de la puerta, mientras traía una bandeja con velas e incienso.—Las encenderé cuando sea el momento adecuado —dijo con un tono macabro.
Cargar incienso era una costumbre de su familia justo antes de los funerales; era la manera de preparar el cuerpo.
—¿Qué? ¿Qué estás haciendo, Rune? —expuso con dificultad.
Su voz salía entrecortada, el aire faltaba en sus pulmones. Una parte de ella le decía que estaba corriendo peligro; sin embargo, una parte contraria de ella le decía que todo estaría bien, que él no sería capaz de dañarla, no a ella.
Una voz conocida al otro lado de la puerta, le hizo comprender que no eran los únicos en el lugar. Su hermanastra, esa que ella había querido como si fuera su hermana de sangre, se encontraba tarareando dulcemente una canción fúnebre.
Sentía que estaban preparando todo para ella misma.
»¿Nessa? ¿Eres tú? —cuestionó por segunda vez. El temblor en su voz era muy notorio.
No respondió.
Su esposo, por su parte, dejó la bandeja en la mesa y se acercó para acariciar la mejilla de Aideen.
—Tú, siempre tan dulce e inocente —comenzó a hablar con suavidad, entretanto sus dedos se deslizaban por su largo cabello, provocando que un escalofrío recorriera su cuerpo—. Es una pena que este sea tu final.
—¿De qué hablas? —balbuceó, sintiendo cómo todas sus fuerzas desaparecieron.
La voz de su hermana se dejó de oír por cinco segundos, mientras entraba a la habitación. Su rostro estaba adornado con una gran sonrisa, una que estaba llena de soberbia, como si ella supiera algo que Aideen, no.
—Que él no te ama —habló finalmente—. Me ama a mí —añadió con un toque de soberbia.
Un trago grueso descendió por la garganta de Aideen, era como si le hubieran frotado hielo en todo el cuerpo o la hubieran lanzado a un lago antártico.
El semblante de Nessa se demudó a uno de aparente lástima.
»¿De verdad creíste que te amaba? —añadió llevando una mano a su pecho—. Estaba detrás de tu dinero. Más bien, el de papá… ¿Sabes lo injusto que era vivir bajo tu sombra? «la sombra de la maravillosa Aideen». ¡Qué irritante! ¡Tenías todo lo que yo en algún momento deseé! Lo merecía. Como siempre, tú estabas en todos lados.
—¿Mi sombra? Me esforcé todo este tiempo para poder ser suficiente y alcanzar los estándares de papá.
—No viene al caso lo que digas para salvar tu pellejo. Rune y yo nos amamos, obtendremos la bendición de papá para contraer matrimonio luego de tu funeral, hermanita. Vivirás en un mundo mejor mientras nosotros disfrutamos de este.
—¡¿De qué rayos están hablando?! —exclamó aterrada.
Un golpe en su mejilla fue lo suficiente para hacerla guardar silencio. Sus palabras se atoraron en la garganta a la vez que lágrimas caían por su rostro. No lograba comprender que su esposo y su hermana la estuvieran traicionando, que ellos estuvieran dispuestos a sacarla de ese plano, solo para poder estar juntos y disfrutar de todo lo que con esfuerzo consiguió Aideen.
Un golpe era dado, uno por cada vez que Nessa le decía una de las muchas razones por las que la odiaba. Su rostro estaba rojo e inflamado por los repetidos golpes. Rune, por su parte, se quedaba en silencio viendo cómo Aideen era golpeada injustamente.
Ella no podía siquiera mover sus manos para cubrir su rastro; estaba a merced de su hermana.
—Espero que ardas en el infierno, Aideen. Justo como tu madre.
Dicho eso, Rune comenzó a esparcir gasolina en cada uno de los rincones de la cabaña. Cuando todo estuvo listo e ignorando los gritos desesperados de Aideen, le prendieron fuego desde el exterior.
Se alejaban mientras los gritos horrorizados de la joven se escuchaban menos y el calor proveniente de la cabaña, se atenuaba.
El tiempo había pasado más rápido de lo que jamás imaginé. Durante años, mi vida fue un torbellino de secretos, traiciones y planes meticulosamente elaborados para lograr la venganza que creí necesaria. Hubo un tiempo en el que mi existencia giraba en torno al dolor, a la necesidad de justicia y a la determinación de destruir a quienes habían intentado hacerme desaparecer. Pero ahora… el aire era distinto.El sol bañaba con su luz dorada los extensos jardines de nuestra casa, iluminando el verde vibrante del césped mientras el viento suave sacudía las cortinas de los ventanales. Desde donde estaba, sentada en un columpio de madera que Arzhel había construido con sus propias manos, observé a mi hijo correr por el jardín con la risa más pura y contagiosa que jamás había escuchado.Gabriel Whitfield Beauregard.Cada vez que pronunciaba su nombre, mi corazón se llenaba de una calidez indescriptible. Nuestro hijo era el reflejo de todo lo que habíamos construido, de todo lo que habíamos pel
El gran salón de conferencias estaba repleto; un mar de rostros expectantes llenaba cada rincón del lugar. El sonido del murmullo colectivo creaba una atmósfera densa, una mezcla de incertidumbre y curiosidad que se extendía en oleadas. El aire vibraba con la anticipación de lo que estaba por ocurrir, pues todos sabían que este no era un anuncio cualquiera.Las luces brillaban con intensidad sobre el escenario, donde mi padre, Raiden Beauregard, permanecía de pie con la postura imponente de un hombre que había recuperado lo que era suyo. Su sola presencia lograba someter a cualquier audiencia, y en esta ocasión no sería diferente. Yo estaba a su lado, con la mirada al frente, sosteniendo mi propio peso sin vacilar.Mi respiración se mantenía estable, pero por dentro, sentía el peso del momento. No era miedo ni inseguridad, era la carga de todo lo que había ocurrido para llegar hasta aquí. Mi historia era una de engaños, pérdida y traición, pero también de resiliencia y redención. Cada
El camino de regreso a la prisión fue silencioso. Estaba sentada en el asiento del copiloto mientras Arzhel conducía con la mirada fija en la carretera, su mandíbula estaba apretada y sus manos sujetaban el volante con más fuerza de la necesaria. Afuera, la ciudad pasaba en destellos de luces parpadeantes, los edificios y las calles se desdibujaban en la oscuridad.Yo, por mi parte, sentía el pecho apretado. No por miedo, ni por culpa. Era la tensión de saber que esta sería la última vez que verían a Kenna. Después de esta noche, no habría más juegos, no más mentiras.Después de esta noche, solo quedaría Aideen Beauregard.Arzhel debió notar mi estado, pues apenas y había hablado en todo el camino, así que deslizó una de sus manos sobre mi muslo en un gesto de apoyo.—Si en algún momento quieres cambiar el plan, solo dime.Giré el rostro hacia él. Su voz sonaba grave, seria, como si me estuviera dando una última oportunidad para retractarme. Sabía que luego de esto no habría nada más,
El sol de la mañana se filtraba por las cortinas en suaves destellos dorados, acariciando mi piel con una calidez reconfortante. Todavía no abría los ojos del todo, pero podía sentir la suavidad de las sábanas, la brisa ligera que se colaba por la ventana y la respiración constante de Arzhel a mi lado. Todo en ese momento era paz.Me moví ligeramente bajo las cobijas, dejando escapar un suspiro de satisfacción. Mi cuerpo seguía relajado por la noche anterior, pero mi mente comenzaba a llenarse de pensamientos dispersos, la mayoría de ellos relacionados con el futuro.Y entonces, lo sentí.Una mirada fija en mí.No necesitaba abrir los ojos para saber que Arzhel me estaba observando. Podía imaginar su sonrisa, la expresión de satisfacción en su rostro, la manera en que sus ojos recorrían mi piel como si tratara de grabar cada detalle en su memoria.No era la primera vez que lo hacía. Algo cálido y suave rozó mi mejilla, un contacto apenas perceptible que me hizo suspirar otra vez.—Es
Estando ya en la villa, cada uno se dirigió a una respectiva habitación. Arzhel y yo nos dirigimos a la mía. El silencio se sentía distinto esta vez, no era tenso ni anticipatorio, sino calmado, como una suave ola que arrastra consigo los restos de una tormenta pasada.Me dejé caer sobre la cama con un suspiro profundo, sintiendo por primera vez en mucho tiempo que mi cuerpo podía relajarse sin que mi mente estuviera constantemente planeando el siguiente movimiento. Cerré los ojos por un momento, disfrutando de la suavidad de las sábanas, del colchón que me recibía sin exigencias ni condiciones.Era una sensación extraña. Mi piel todavía guardaba la memoria de noches en vela, de músculos tensos, de la necesidad perpetua de estar alerta. Pero ahora… ahora el peligro había desaparecido. Mi pecho se expandió con un aliento profundo, como si mi cuerpo recién estuviera aprendiendo lo que era vivir sin miedo ni rencor.Desde el umbral, Arzhel me observaba con una sonrisa divertida, apoyado
Estábamos en camino a la villa Lancaster, ese lugar de tranquilidad que nos permitía estar lejos de todos los problemas y bullicio de la ciudad. El lugar que por bastante tiempo se había vuelto una cueva para resolver misterios y trazar planes de venganza. Ahora, era nuestro sitio para descansar esa noche.El humo del incendio aún flotaba en mi mente. Cerraba los ojos y lo veía: el crujir de las llamas devorando la cabaña, la forma en que el fuego danzaba en la oscuridad, pintando sombras retorcidas en la madera ennegrecida. Pero lo que más resonaba en mi interior no eran las llamas… sino los gritos.Su voz desgarrada aún vibraba en los rincones de mi conciencia. No me perseguía por culpa, no era un eco de remordimiento, sino la prueba de algo mucho más profundo: la certeza de que todo había terminado. Finalmente.Ciprian conducía con una mano firme sobre el volante, su rostro iluminado solo por el resplandor intermitente del tablero. Cristopher, en el asiento del copiloto, mantenía l
Último capítulo