Vania acarició a Abigaíl con una inmensa ternura y sus ojos se suavizaron a tal punto que Alexander se impresionó.
—Tienes el cabello tan largo.
—El tuyo se ve lindo, mami. —La niña sorbía por la nariz sin poder contener el llanto.
—Ya no llores, mi tesoro.
Vania tampoco era capaz de dejar de hacerlo y le dedicó una sonrisa melancólica a él, como si le estuviese pidiendo ayuda.
Él se acercó a la cama y posicionó su aparato para sentarse sobre el colchón, a su lado, y Vania lo miró con admiración. Rio bajito por ello, pero contuvo el aliento cuando ella se acercó y le rodeó el cuello con ternura junto a su hija.
—Gracias, Alexander.
—Te extrañé —confesó abrazándola con propiedad y sintiéndola tan cerca como tanto anheló.
Su movilidad había mejorado mucho y aunque no le era posible realizar varias actividades, podía decir con certeza que ahora iba por la vida con una independencia superior a la que tenía la noche que ella desapareció—. Te extrañamos —corrigió al sentir una caric