Durante dos mañanas seguidas, cuando serví el desayuno, Halle no complicó las cosas. Dejó el plato limpio. Luego, después de asegurarse de que nadie la escuchaba, se le escapó una risita de superioridad.
—¿Te imaginas? Que me atienda la mismísima Freya, la luna de Brolin. Qué honor.
Me encogí de hombros.
—Pues gracias por la ayuda. De todos modos, pronto serás tú la luna de Brolin.
Cuando lo dije, la pantalla de mi celular se iluminó con un mensaje:
“Todo está listo”.
Solo dos horas más y sería libre. El nudo que había sentido en el pecho durante tres días por fin comenzó a aflojarse.
Halle se quedó paralizada, su sonrisa titubeó un instante antes de que recuperara su expresión burlona.
—En serio que das lástima. Cinco años casada con un Alfa como él y ni siquiera pudiste darle un heredero. ¿Será que no puedes o que él no quiere tenerlo contigo?
Se llevó una mano al vientre, con un gesto lento y deliberado, como para que no me pasara desapercibido.
—Da igual. Ya te vas. Mi cachorro será quien herede el apellido Brolin.
Al escuchar la palabra cachorro, el dolor me retorció por dentro. En mi vida anterior, aunque Halle nunca se mudó a mi casa, la preocupación de Jasper por ella no hizo más que aumentar.
Cuando le pedí que mantuviera su distancia, me llamó posesiva e insensible. Nuestras peleas se convirtieron en silencio. Su mirada se volvía más indiferente cada día.
En ese entonces, yo no sabía que estaba esperando a nuestro cachorro. Lloraba hasta quedarme dormida noche tras noche, demasiado destrozada como para comer.
Para cuando me di cuenta de que estaba embarazada, ya era demasiado tarde. Perdí al cachorro en medio de un dolor insoportable y un mar de sangre.
Ni siquiera tuve la oportunidad de amarlo. Sollocé hasta que el cuerpo me temblaba, pero Jasper solo dijo, sin sentimiento alguno:
—No estés triste. Ya tendremos otro.
Me abrazó apenas un segundo y luego se apartó. Ni siquiera sentí su calor. Tiempo después, sugirió que adoptáramos.
Cuando vio a ese pequeño cachorro de lobo, había tanta ternura en su mirada. Creí que intentaba ayudarme a sanar.
Así que amé a ese cachorro como si fuera mío. Le entregué todo de mí. La casa volvió a llenarse de risas, y por un momento, creí que podía volver a respirar.
Hasta que descubrí la verdad. La verdadera madre del cachorro era Halle.
Jasper solo había querido darle un apellido a su hijo, un lugar en nuestra familia. La desesperación fue total.
Mi corazón se hizo pedazos, fragmentos tan afilados que sería imposible volver a unirlos. Desde ese día, no volví a sonreír. No hasta el día de mi muerte, consumida por la depresión.
Miré a Halle.
—Ya ganaste todo lo que querías, ¿por qué sigues molestándome?
Sonrió, con una malicia evidente, y me hizo una seña con el dedo para que me acercara.
—Acércate. Te lo voy a decir al oído.
Las empleadas no estaban cerca. ¿A qué venía tanto secreto? Aun así, la curiosidad me ganó y me incliné hacia ella.
Sentí su aliento en mi oreja.
—No me basta con sacarte de aquí. Quiero que te olvide. Que solo te recuerde como una amargada cruel.
Antes de que pudiera reaccionar, me agarró de la muñeca y soltó un grito tan fuerte que pareció sacudir las paredes.
Me tomó por sorpresa. Intenté soltarme, pero no me dejaba.
—¡¿Qué está pasando?!
Jasper salió furioso del estudio.
—¡Basta!
Yo estaba de espaldas a él, así que lo único que vio fue nuestro forcejeo y la cara de dolor de Halle. Ella me soltó y las lágrimas empezaron a correr por sus mejillas.
Levantó la muñeca y, en el dorso de la mano, tenía varios rasguños rojos e irritados.
—Me duele mucho… —le lloriqueó a Jasper.
Se interpuso entre las dos y me fulminó con la mirada.
—Te voy a dar una oportunidad para que te expliques.
Su voz sonó indiferente e impersonal. Intenté hablar, pero las palabras se me atoraron en la garganta.
—Jasper —logré decir con dificultad—, ¿tú me crees a mí?
Su mirada era indiferente.
—Me prometiste que cuidarías de Halle. ¿Por qué le hiciste esto?
Creía que mi corazón ya era de piedra, pero ver su expresión dura hizo que se me llenaran los ojos de lágrimas.
—¿Y si te digo que yo no la lastimé?
—Yo creo en lo que veo.
Se me escapó una risa amarga. Me sequé las lágrimas.
—Entonces no hay nada más que decir.
Tomé mi bolsa y salí por la puerta principal.