Para evitar que Jasper me rastreara, compré un auto con un nombre falso y conduje hasta que la sensación de libertad me tranquilizó. Hasta el paisaje de la carretera, que había visto un millón de veces, parecía nuevo y hermoso.
Me abrí el cuello de la camisa frente al retrovisor y observé cómo la marca en mi clavícula parpadeaba una última vez antes de desaparecer. Seguro lo sintió.
Recordar mi vida pasada hizo que las lágrimas corrieran por mis mejillas. Mi loba gruñó suavemente.
—Ya somos libres. ¿Por qué sigues llorando?
Sonreí entre lágrimas.
—Son lágrimas de felicidad.
Me quedé en un pueblito junto al mar. Sin televisión ni internet. Nada que pudiera darme la más mínima noticia sobre Jasper.
Cada día, dejaba que la brisa del mar refrescara mi pelo, que el sol calentara mi piel y que los libros llenaran el silencio. La infelicidad que había cargado por años comenzó a desvanecerse poco a poco.
El cachorro en mi vientre crecía más fuerte cada día, a veces daba vueltas y yo me acarici