Daba vueltas por la sala de estar, de un lado a otro, como un animal enjaulado.
¿Qué podía hacer para quitarle a María esa mirada engreída que tenía en Instagram?
Quizás debía buscar una foto antigua donde yo estuviera con Lucas, algo íntimo, solo para recordarle al mundo con quién se había casado.
Pero la verdad era que... En siete años de matrimonio, apenas podía encontrar una sola foto de nosotros que pareciera romántica.
Lucas siempre decía: —En este negocio, la privacidad nos mantiene con vida.
Entonces, ¿qué? Si la privacidad era tan importante, ¿por qué carajos dejaba que María lo publicara en todas sus historias?
Mis manos temblaban mientras agarraba el teléfono.
Pensé que tal vez ya habría borrado la última publicación, ya que eso era lo que Lucas siempre me decía que hiciera.
No, por el contrario, había hecho otra publicación solo minutos después.
Esa vez, ella estaba en la playa con un bikini del mismo color que su ajustado vestido de noche de antes, el cual llevaba colgado del brazo.
Tenía un tacón enganchado vagamente en el meñique.
Luego lanzó un puñado de agua directamente hacia Lucas mientras las olas pegaban contra la orilla.
Y él le estaba sonriendo. Realmente le estaba sonriendo.
Parpadeé peguntándome quién demonios estaba filmando eso. ¿Acaso era mi hija Dora?
Se veían como una familia real y perfecta.
¿Y quién era yo? ¿La mujer que dio a luz a Dora después de un embarazo infernal, que se mantuvo callada y obediente en medio del caos de la familia Martín solo para proteger nuestro apellido?
¿La mujer que todavía estaba esperando en casa a un esposo que prometió que “no tardaría”?
Adivina qué, Lucas, no eres rápido... simplemente te has ido.
Ya había tenido suficiente. Estaba completa y desgarradamente harta.
Bloqueé la pantalla del celular, mi visión se nubló por el calor y la rabia.
Mis dedos volvieron a rozar el anillo y esa vez, me lo quité. Ya no significaba nada.
Agarré el teléfono y llamé a su madre, Fiona Martín, la cual contestó casi inmediatamente.
—Señora Fiona —dije, tratando de mantener la voz firme—, lo siento, pero este año... Quizás no pueda asistir a la reunión familiar, porque...
—Eso es inaceptable, Catrina —me interrumpió ella bruscamente—. El hermano de Lucas se las arregló para volar desde Italia incluso teniendo asuntos pendientes. No hay excusas.
Y luego colgó. Justo así, tan fría y despectiva como su hijo.
Me quedé mirando el teléfono por un momento, luego metí en el bolsillo el anillo que valía un millón de dólares.
Ya estaba harta de que me destruyeran en silencio. Si me iba, me llevaría algo conmigo y yo quería irme con mi hija.
Quizás fue mi culpa por dejar que Dora estuviera tan cerca de María.
No tenía idea de qué decía a su oído, ni de qué mentiras le contaba para hacer que mi bebé se volviera contra mí.
Pero confiaba en que, si podía pasar tiempo con Dora, recordaría quién era yo en realidad.
Me quité la ropa informal y me puse un traje a la medida de Louis Vuitton. Era limpio y elegante. Me veía como alguien que debía ser tomada en serio.
En la casa seguía haciendo calor, estaba oscura y seguía sin electricidad. Pero ya no me importaba.
Salí y puse la playa como destino. Tenía que llegar, simplemente esperaba que no fuera demasiado tarde.
Pero nada era fácil en mi vida.
El primer conductor me canceló, diciendo que era demasiado lejos.
Esperé otros veinte minutos antes de conseguir un taxi.
Para cuando llegué a la playa, el sol ya se estaba poniendo y ellos se habían ido.
Volví a revisar el Instagram de María.
Afortunadamente, hacía diez minutos, había publicado una nueva historia, esa vez en un restaurante cercano.
Me apresuré hacia ese lugar. ¿Y qué vi en cuanto entré?
María estaba dándole la sopa a Lucas con su misma cuchara. Además, estaba sonriendo como si perteneciera allí.
¿Y Dora? Estaba sentada a su lado, jugando en silencio con su teléfono como si fuera normal.
No pude soportarlo.
Me abalancé hacia ellos y cogí a Dora en mis brazos.
Ella soltó un grito, claramente sorprendida y me miró como si fuera una extraña. Luego me empujó.
—¡No me toques, Catrina!
Me llamó Catrina, ni siquiera me dijo “mamá” o “mami”.
María se levantó y se acercó con su habitual y falsa preocupación.
—Dora, no pasa nada...
Pero me interpuse entre ellas.
—Ella es mi hija —dije con dureza—. Será mejor que lo recuerdes. Eso significa que no tienes derecho a interferir, ya que tú solo eres la criada.
Dora se apartó de mí y corrió hacia María. Se aferró a su mano como si fuera a morir.
—Tú eres la que no tiene derecho —me replicó—. María puede hacer lo que quiera.
Ni siquiera pude hablar y sentí como si mi corazón se partiera a la mitad.
Mi voz salió débil.
—Dora, cariño... ¿Qué he hecho mal? ¿Por qué me empujas? ¿Por qué defendes a una criada?
Dora cruzó los brazos.
—Tú miras a María con desprecio. Pero para mí, María no es solo una criada.
—Entonces, ¿qué es para ti? —mi voz temblaba y apenas me mantenía en pie.
Antes de que pudiera responder, Lucas se levantó, con un tono tan cortante como siempre.
—Ya basta, Catrina. Te dije que esperaras. ¿Qué haces aquí?
—¿Que qué estoy haciendo aquí? —me reí amargamente—. Lucas, no iba a esperar hasta mañana como una idiota.
María intervino de nuevo, con su falsa preocupación al máximo.
—Lo siento, Catrina. No quería enfadarte. Solo queríamos que Dora se sintiera segura. Tal vez deberíamos irnos ahora. Hay gente mirando, y eso podría poner en riesgo a Lucas.
Lucas miró a su alrededor, examinando a la multitud.
—Tiene razón —murmuró—. Catrina, deja de hacer una escena. Siéntate y come algo, de lo contrario, ve a esperar en el auto.
Una escena, así que era yo quien estaba montando una escena.
Miré a Dora por última vez y me miró como si no me reconociera en absoluto.
Me volví hacia Lucas y bajé la voz.
—¿Podemos hablar afuera? Solo un minuto.
Él suspiró, molesto, pero asintió.
Afuera, la noche había caído por completo y las farolas emitían un zumbido mientras nos alumbraban desde lo alto.
Miré al hombre que solía amar.
—Lucas, ¿puedes pedirle a María que se vaya un rato? Déjame hablar con Dora sin ella. Creo que se abriría si María no estuviera siempre entre nosotras.
Él negó con la cabeza y me dijo: —Catrina, esto no tiene nada que ver con María. Tiene que ver contigo. Tienes que enfrentarte a eso. No tenemos tiempo para esto. Aún me quedan tres horas de viaje.
—Ah, entonces tenías tiempo para divertirte en la playa, pero ahora de repente estás apurado.
Frunció el ceño y preguntó: —¿Ahora me estás vigilando?
—Tú no me diste otra opción.
—Has cambiado, Catrina.
—Tú también —dije en voz baja.
No respondió. Solo se dio la vuelta y entró de nuevo en el restaurante.
Mientras lo hacía, noté que María nos estaba mirando a través de la ventana.
Me dijo que esperara de nuevo. Pero yo ya no era esa mujer.
Me alejé del restaurante, llamé un taxi y, tan pronto como me subí, saqué el teléfono y escribí las palabras que nunca pensé que enviaría:
“Divorciémonos. No iré a la reunión familiar.”
Le di a enviar y luego apagué el celular.