Cuando salí de la clínica, Dora corrió detrás de mí.
—Mamá, espera. Quiero ir contigo.
Extendió su mano hacia la mía, y yo miré hacia abajo, sorprendida.
En su muñeca no estaba la pulsera de diamantes que Fiona le había dado, sino la que yo le había hecho a mano, con cuentas rosas y pequeños amuletos de dibujos animados. Sin brillo, sin lujo, solo llena de amor.
Sonreí un poco y le apreté la mano preguntándole: —¿Elegiste usar esta?
Ella asintió.
—Es mi favorita.
Caminamos juntas por el pasillo hacia la sala de estar.
Al doblar la esquina, nos encontramos con el mismísimo padre de Lucas, Don Martín.
Se veía... más viejo y más lento. Había más canas en su cabello peinado hacia atrás de lo que recordaba. Ya no era el mismo hombre autoritario de antes.
Me miró de arriba abajo y luego dijo con esa voz profunda e inescrutable:
—Te subestimé, Catrina. Nunca pensé que Lucas pudiera estar tan apegado a alguien.
Levanté una ceja, lista para responderle, pero luego su voz se suavizó.
—Hice que l