Apagué el celular en aquel aniversario.
No podía soportar otra llamada, otro mensaje de texto, ni otra disculpa vacía. Solo necesitaba respirar.
En lugar de ir a la casa que había alquilado, empecé a caminar. Mis pasos me llevaron por caminos llenos de curvas a través del valle, y antes de darme cuenta, estaba parada no muy lejos de mi antigua casa. La casa de mis padres. La habían vendido después de que murieran, y el dinero me ayudó a alquilar un apartamento en la ciudad y a establecerme por mi cuenta.
Había tantas memorias en esa casa. Algunas buenas, otras dolorosas, pero todas mías.
—¿Catrina?
Me di la vuelta al oír mi nombre. Era Emilio, el tipo que me alquiló la casa de madera en ese valle.
Estaba parado allí con jeans y una sudadera con capucha. Tenía las manos metidas en los bolsillos, sorprendido de verme.
—Oh, hola —dije—. No esperaba encontrarte por aquí.
—Vivo en la esquina —dijo, acercándose con una sonrisa cálida—. Esa casa que te alquilé solo es una de mis propiedades.