Una sensación embriagadora inundó a Catalina, transportándola a un universo de ensueño donde la realidad se difuminaba con la magia de los relatos fantásticos.Aquel instante, la declaración apasionada bajo la suave luz, se sentía como un pasaje arrancado de las páginas de un cuento de hadas.Y sí, en lo profundo de su corazón, esa certeza ya había comenzado a florecer, pero ahora, las palabras y el beso de Francesco la confirmaban con una fuerza innegable.Una confianza ciega se instaló en su interior, una convicción de que, de ahora en adelante, sería capaz de desafiar la gravedad misma, de caminar sobre las etéreas nubes sin el menor temor a precipitarse al vacío.Estaba absolutamente segura, con cada fibra de su ser, de que Francesco sería su ancla, su sostén inquebrantable, el hombre que jamás permitiría que cayera.En sus brazos, sentía la promesa de un amor que trascendía lo terrenal, un vínculo que la elevaba a alturas insospechadas y la protegía de cualquier desventura.Tras
El murmullo constante del Tíber se había convertido en la banda sonora de sus días, un arrullo suave que la mantenía suspendida en una placidez inusual.La isla Tiberina, con su aire de secreto y su ritmo pausado, la envolvía en una burbuja de irrealidad de la que se resistía a escapar.Cada rincón empedrado, cada rayo de sol filtrándose entre los árboles centenarios, parecía conjurar un hechizo que la anclaba a ese presente suspendido.La idea de cruzar de nuevo los puentes, de reintegrarse al bullicio y las exigencias de la ciudad, se sentía como una intrusión, una nota discordante en la melodía serena que ahora la acunaba.Sin embargo, la realidad, encarnada en la figura de Francesco y sus responsabilidades como líder de una empresa importante, se cernía como una sombra amable pero firme.Él, consciente de sus deberes ineludibles, no le planteó la posibilidad de prolongar esa estancia mágica, entendiendo tácitamente que la burbuja, por encantadora que fuera, tarde o temprano debía
Un hormigueo delicioso recorrió la piel de Catalina en el preciso instante en que los dientes de Francesco mordisquearon con suavidad la tersura de su hombro, una caricia posesiva que le inundó de calor.Al mismo tiempo, notó cómo las manos cálidas y firmes de él ceñían su esbelta cintura, extendiéndose con una lentitud sensual hasta acariciar su vientre.Aquel contacto dual, la ligera mordida cargada de una promesa implícita y la suave exploración de sus manos, encendió una chispa de anticipación en su interior, intensificando la sinfonía de sensaciones que la envolvían y profundizando la íntima conexión que se tejía entre ellos en ese instante de vulnerabilidad compartida.—En cualquier momento puedes pedirme que pare y te prometo que lo haré sin dudar —murmuró él en su oído, acariciando su piel con su aliento cálido.—No quiero que te detengas, Francesco. Tú eres el hombre que he elegido para este momento trascendental de mi vida —replicó ella con la mirada herméticamente cerrada,
Con una delicadeza exquisita, los dedos de Francesco danzaron sobre los pliegues suaves y húmedos de la intimidad de Catalina, explorando sus contornos con suavidad, lo que aumentaba la anticipación.Al mismo tiempo, su lengua se deslizó con una caricia experta sobre el botón duro e hinchado de su clítoris, lo que provocó que jadease entrecortadamente. Aquel contacto directo y sensual encendió una oleada de calor incandescente que se propagó por todo su cuerpo, tensando cada músculo y acelerando su respiración.La combinación de la caricia digital y el toque húmedo de su lengua la transportó a un umbral de excitación inexplorado, donde el placer comenzaba a tornarse casi insoportable.Con los ojos fuertemente cerrados, Catalina crispó las sábanas entre sus dedos, formando dos puños tensos que evidenciaban la intensidad de las sensaciones que la inundaban.Un temblor la recorrió de pies a cabeza mientras mordía su labio inferior, intentando contener la abrumadora mezcla de dolor y pla
Tobías.—Ya es hora, Marta —espeté con desdén. —Catalina cumple 18 años. Basta ya de esta farsa. Que empaque sus cosas y se vaya. No necesitamos parásitos aquí.Marta me miró con incredulidad, como si no pudiera creer lo que estaba oyendo.—¿Cómo puedes decir eso, Tobías? ¡Es nuestra sobrina y la quiero como a una hija!Solté una risa fría, como si nada me importara.—¿Nuestra sobrina, dices? No me hagas reír. Es una carga, una molestia. Además, ya es mayor, que se busque la vida.Su rostro se enrojeció de rabia.—¡Eres un monstruo! ¿Cómo pude casarme contigo?Me acerqué a ella sonriendo con burla.—¿No lo recuerdas? Eras una simple cantinera, una inmigrante sin futuro. Yo te saqué de la miseria, te di un apellido, una vida. Deberías estar agradecida.—¡Te odio! Eres un ser despreciable —respondió Marta aterrorizada.—El odio es un sentimiento y tú no tienes derecho a sentir nada. Ahora haz lo que te dije. Empaca sus cosas y desaparece de mi vista.Me di la vuelta y le di la espalda a
Catalina.Esas palabras aún me taladran el alma.—¡No tengo a dónde ir! —le rogué con cada fibra de mi ser temblando—, no puedes echarme así.Sentía las lágrimas calientes resbalar por mis mejillas, un río salado que no podía detener.Mi pecho me dolía como si un puño gigante lo apretara, y cada bocanada era una puñalada, como si el aire mismo se negara a entrar en mis pulmones.Pero su respuesta me heló la sangre en las venas.—Por supuesto que puedo.Cada sílaba resonaba con una crueldad fría y calculada. Y luego, ese grito, esa furia volcánica dirigida hacia mí, hacia el recuerdo de mi madre...—¡No quiero nada que me recuerde a la maldita zorra de tu madre!En ese instante, sus ojos... Nunca olvidaré la bilis que destilaban. Puro odio, puro desprecio. Era como si yo no fuera su sobrina, sino una mancha, un recordatorio constante de alguien a quien detestaba.Sentí cómo se encogía mi corazón, cómo una parte de mí se rompía en mil pedazos. ¿Cómo podía alguien a quien se suponía que
Catalina.En lugar de girarme, dejé que las lágrimas siguieran su curso y mojaran mi rostro. Mis manos subían y bajaban por mis brazos tratando de generar algo de calor en aquella helada noche romana.Sentía el frío punzante calándome hasta los huesos. Entonces, noté algo cálido sobre mis hombros. Era el abrigo de tía Marta. Su tacto me dio un respiro, un pequeño oasis en este desierto de frío y soledad.—No quiero irme —alcancé a decir, mientras la voz quebrantaba y no podía contener un sollozo. Era la verdad. A pesar de todo, una parte de mí no quería abandonar lo poco que conocía, aunque ese «poco» estuviera lleno de dolor.Sentí la mano de tía Marta acariciando mi pelo.—No sé lo que le pasa a tu tío, no entiendo cómo tiene corazón para hacerte daño, mi niña.Sus palabras eran suaves y denotaban una tristeza genuina. Cerré los ojos por un instante, deseando con todas mis fuerzas que ella fuera mi madre. ¿Cómo sería mi vida entonces? Seguramente, no estaría temblando de frío y mied
Catalina.Di dos pasos más mientras el tembloroso haz de luz de mi móvil rasgaba la oscuridad de las sucias paredes del callejón. Y entonces, la luz tropezó con algo. Se trataba de un hombre. Tirado en el suelo, la oscuridad lo engullía casi por completo, pero la sangre que lo rodeaba se veía bajo la luz húmeda y oscura.—¿Quién es...?La pregunta tembló en mis labios, sin encontrar voz. ¿Quién podía infligir una brutalidad así? La respuesta, fría y desoladora, se abrió paso en mi mente como una cuchillada: hacía tiempo que la humanidad había extraviado su camino. Por unas míseras monedas, la vileza humana no conocía límites.Un torbellino de emociones me sacudió. El miedo seguía allí, agudo, recordándome el peligro y la posibilidad de que quien le hizo esto aún estuviera cerca. Pero, por encima de ese terror, sentí una oleada de indignación y una pizca de lástima.Dudé por un segundo, mientras la imagen borrosa de sus heridas se grababa en mi mente. ¿Debía involucrarme? ¿No sería más