Capítulo 36. Incomoda pregunta.
En aquel instante, una calidez desconocida envolvió a la joven, como un abrazo invisible pero profundamente sentido que le permitió comprender la esencia de Francesco.
Ahora entendía la bondad que emanaba de él y la nobleza que se reflejaba en cada uno de sus gestos y palabras. Era un reflejo de la maravillosa crianza que había recibido, el fruto del amor y la dedicación de unos padres excepcionales.
Y luego estaba Lucía, la pequeña joya de la dinastía Vannucci, un torbellino de alegría y afecto que contagiaba a todos los que la rodeaban. Su presencia llenaba la casa de risas y travesuras, y su espíritu vivaz e inocente unía aún más los lazos familiares.
En ese ambiente de cariño genuino y apoyo incondicional, la joven se sintió por primera vez verdaderamente arropada, como si hubiera encontrado un hogar en el corazón de esta extraordinaria familia.
—¿Acaso eres tú la muchacha retratada en la fotografía? —inquirió la joven, cuya edad no superaba la de Catalina.
—Me temo que sí —admiti