Capítulo 33. Ambiente de serenidad.
A medida que el sol empezaba a ponerse y teñía el taller con tonos cálidos y dorados, aumentaba su concentración.
Cada herramienta se movía con una precisión casi coreográfica, limpiando meticulosamente cada rincón de las delicadas piezas para eliminar cualquier resto de polvo y huella digital.
El ambiente se había vuelto solemne, impregnado del respeto hacia el trabajo realizado y la fragilidad de los objetos que ahora reposaban, impecablemente colocados sobre la mesa.
Con movimientos suaves y deliberados, como si se estuvieran despidiendo de viejos amigos, los colocaron en sus estuches individuales, forrados con materiales suaves que prometían protegerlos de cualquier eventualidad. El suave clic al cerrar cada caja resonaba en el silencio del taller, marcando la culminación de horas de esfuerzo y dedicación, un testimonio tangible de su pasión compartida.
—Un sentimiento de celos me invade —articuló Lucía al concluir su labor.
—¿Celos? ¿De qué exactamente? —inquirió Cata con curiosi