Capítulo 11. Sensación extraña.
El corazón de Francesco se detuvo por un instante, latiendo luego con un eco sordo de esperanza fallida al creer que los párpados de la muchacha se abrían hacia la luz.
Pero la quietud dulce y vulnerable de su rostro desmintió su anhelo, revelando que seguía soñando, quizás como refugio contra el dolor que la acechaba incluso en la inconsciencia.
Entonces, como rocío silencioso en una flor marchita, lágrimas brotaron de sus ojos cerrados, perlas transparentes que rodaban lentas, cargadas del peso invisible de sus vivencias.
Francesco sintió un nudo en la garganta, una mezcla de impotencia ante el sufrimiento silencioso que emanaba de ella.
Su mente se negaba a oscurecer los días aciagos de su encierro y el horror al que había estado expuesta a merced de almas crueles.
Solo podía abrazar la fragilidad de su presente, la promesa tácita de un futuro donde las lágrimas fueran solo un recuerdo lejano, borrado por la calidez del amor y la seguridad.
La voz de Francesco fue un susurro apenas