De forma repentina y sin aparente razón, una extraña inquietud aflora en él.
Con la mirada perdida y el ceño fruncido, Liah observa sus manos para comprobar esos temblores involuntarios que las sacuden; luego coloca la palma derecha sobre el pecho porque siente que el corazón le late con demasiada rapidez.
La angustia lo apuñala de manera dolorosa y sofocante.
De un impulso, se lanza por la ventana, y el aroma natural de Wendy inunda sus fosas nasales.
—No hay dudas, ella ha sido atraída por sus enemigos —murmura mientras sigue su rastro en el aire.
Su mandíbula se aprieta y sus dientes rechinan por la impotencia y la culpa.
—¿Cómo pude ser tan confiado? —se recrimina—. No debí dejarla acá...
Su cuerpo se mueve a una velocidad impresionante y desesperada. No puede permitirse perderla, no a ella.
Una hora de búsqueda lo lleva a un lugar montañoso, alejado de la ciudad. Se pregunta cómo pudo ella movilizarse tan rápido.
—Cierto, el poder de la semilla Adamá —recuerda—. Creo que... —balb