«Eres nuestra esencia, Adamá».
«¿Qué? No entiendo».
«Tu sacrificio nos salvará a todos».
Wendy despierta de golpe y mira a su alrededor, un poco desorientada. Reconoce el color pastel de las paredes, las cortinas coloridas y los cuadros de paisajes fantásticos que ella misma pintó cuando era más joven, en tiempos en los que no tenía la responsabilidad de una biblioteca ni los laboratorios de investigación sobre sus hombros, como la única heredera de Tom Donatello.
—¿Liah? —musita con dificultad y la voz rasposa. De inmediato, un punzón doloroso le atraviesa las sienes, por lo que se las masajea por instinto.
—Estoy aquí. —Él se levanta del pequeño sofá, que pertenece a los muebles finos de la recámara, y se apresura a sentarse en la cama, quedando frente a ella—. ¿Cómo te sientes? —inquiere, aliviado al verla despierta al fin. Toma su mano derecha entre las suyas, y Wendy cierra los ojos para disfrutar del calor que la acaricia en esa área.
—Siento como si un camión me hubiera pasado