La explosión de luz dorada del Orbe iluminó la cumbre, empujando las sombras hacia atrás y desintegrando a las criaturas menores. El aire, cargado con un zumbido eléctrico, se llenó de un silencio inquietante que contrastaba con el caos que acababan de enfrentar. Ethan permanecía con el artefacto alzado, sus brazos temblaban bajo el peso de su propia fuerza. Aunque estaba exhausto, el brillo del Orbe seguía ardiendo con intensidad, reflejando su creciente conexión con el artefacto.
A su alrededor, el suelo vibraba ligeramente, como si la misma cumbre estuviera reaccionando al despliegue de poder. Sin embargo, frente al altar, la figura de Hades permanecía inmóvil, sus ojos ardientes fijos en Ethan. El dios del inframundo no parecía impresionado. La gema oscura que descansaba en el altar pulsaba rítmicamente, y cada latido de energía oscura parecía rivalizar con la luz del Orbe.
Hades inclinó la cabeza ligeramente, su expresión se torció en una mueca de burla. —Impresionante, Ethan. Ha