El aire se volvió pesado cuando las palabras de mi confidente se deslizaron entre nosotros como un adiós anticipado.
Mi corazón tembló, aferrándose a un vínculo que se desvanecía sin remedio. Había tomado su decisión: marcharse de mi vida. ¿Había cometido un error? ¿Acaso mi amor por Jacobo estaba empujándolo lejos, sin posibilidad de retorno?
Era una verdad amarga, imposible de disfrazar. Él era una persona magnífica, alguien que había estado a mi lado en las sombras y en la luz. Pero si no comprendía por qué necesitaba estar con Jacobo, ¿cómo podría entenderlo después? No había más que hacer. Lo vi marcharse con una impotencia que me carcomía por dentro, mientras me quedaba con la frágil relación que aún me ataba a Jacobo.
Las horas se deslizaron con una lentitud exasperante. Cada minuto pesaba en mi pecho como una piedra, haciéndome temer el regreso al apartamento. Entonces, un mensaje en mi teléfono rompió el letargo de mi angustia.
“Aurora, te esperaré a la salida, por si quiere